
La conocí hace tres años. Llevaba demasiado sin hablar con una mujer. Sin compartir mis pensamientos. Me cuesta abrirme. Freud dejó escrito que los irlandeses éramos los únicos inmunes al psicoanálisis. Me cuesta renunciar a mi privacidad. Sólo eso. Ella, por el contrario, se abría con demasiada facilidad, lo que propiciaba mi silencio.
Llegábamos de hacer la compra al piso que acabábamos de alquilar en el centro de Brooklyn. Comida vegetariana en exceso. Últimamente nos había dado por ahí. Probablemente sólo era una forma de distanciarnos de una sociedad que nos parecía que debía de permanecer lejana. No quería hacerlo, pero le saqué el tema otra vez. Cuando tomo café me gusta discutir. Disfruto. Ella me preguntaba si yo le podía jurar que no le había sido infiel. A lo que repliqué:
_ Doce veces en los tres años. Bueno, en realidad, han sido doce mujeres diferentes pero con alguna incluso he llegado a repetir.
Ella, dulcemente, se echó a reír.
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